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Santo Domingo/5/11/15.

El merenguero dominicano Benny Sadel, intérprete de éxitos como "Majao, majao" y "Amor, amor", falleció este jueves en Nueva York. Tenía 55 años.

Sadel sucumbió a una leucemia que le fue diagnosticada en las últimas semanas, dijo su representante.

"Benny no llegó a saber que tenía cáncer", señaló a The Associated Press Edín Velásquez, representante del músico en Santo Domingo.

El fallecimiento de Sadel, ocurrido por la mañana, "representa una sentida pérdida para la música popular dominicana, en especial del merengue", dijo en un comunicado el Ministerio de Cultura dominicano.

La Historia detrás de "Un Ramito de Violetas"

Cecilia (Evangelina Sobredo, Madrid), fue una rara avis en el pop español. Hija de un diplomático, su infancia y adolescencia transcurrieron en Inglaterra, Estados Unidos, Portugal y Jordania, con el inglés como primer idioma. No regresó a España hasta 1969, para iniciar la carrera de Derecho, pero por entonces la música ya era su camino principal, influida por Dylan, Simon & Garfunkel (de ellos vendría su nombre artístico), Joan Baez y Los Beatles. 

Su canción más conocida, la que en el mismo momento de su edición sorprendió a prensa y público, nació como un cuento corto al modo de James Joyce, uno de sus autores favoritos. Pero Cecilia, temperamental, no quedó contenta con el resultado y rompió lo escrito para, poco después, transformar el relato en un poema que sería el germen de la canción. Canción profundamente triste pero de argumento con final agridulce, y estructurada al modo narrativo clásico, con presentación, nudo y desenlace. Inesperado desenlace, por lo menos para quienes la escuchan por vez primera: Cecilia presenta en los primeros versos a una mujer "feliz en su matrimonio" (ama de casa), aunque el marido tenía "un poco de mal genio / y ella se quejaba de que nunca fue tierno", que desde hace tres años recibe cartas "llenas de poesía" de un extraño. Tras el estribillo, por el que sabemos que cada 9 de noviembre el desconocido le envía, de forma anónima, un ramito de violetas, arriba la segunda estrofa, la más emotiva y sentimental, en la que Cecilia nos introduce en el pensamiento de la protagonista, en las fantasías que despiertan en ella las cartas y los ramitos de violetas ("A veces sueña y se imagina / cómo será aquel tanto la estima, / sería un hombre más bien de pelo cano, / sonrisa abierta y ternura en las manos"), una mujer que vive de "día en día con la ilusión de ser querida". Absolutamente desgarrador. Vuelta al estribillo y tercera y última estrofa, el sorprendente desenlace: es el esposo quien escribe las cartas y envía los ramitos de violetas, el que alienta su fantasía íntima por ese amor secreto: "No dice nada porque lo sabe todo, / sabe que es feliz, así de cualquier modo (…) Él, su amante, su amor secreto, / y ella que no sabe nada, / mira a su marido y luego calla".

Siempre la música

"No hay música buena ni mala, sino música que nos gusta o no nos gusta."

Mi compadre Libardo Barros es tan melómano como yo. Cuando nos juntamos podemos oír música durante horas sin tomarnos ni una gota de licor.

— ¡Salud, compadre! –le digo, mientras choco mi pocillo de café negro con el suyo.

— ¡Salud!

En estas materias ambos somos politeístas: amamos a muchos dioses de diversos géneros musicales. Pasamos sin tropiezos de un baladista como Nicola Di Bari a una jazzista como Shirley Horn. No nos gusta cualquier músico, pero sí nos puede gustar una canción de cualquier género.

Le recuerdo al compadre que, según mi amigo Camilo Jiménez, no hay música buena ni mala, sino música que nos gusta o no nos gusta. Él asiente con la cabeza. En el rato que llevamos juntos hemos oído merecumbés de Pacho Galán, rancheras de Antonio Aguilar, calipsos de Walter Ferguson, guaguancós de Benny Moré, cumbiones de Joe Arroyo, blues de Nina Simone, baladas de Natalia Lafourcade. Ahora el compadre pone otro calipso que siempre nos ha gustado: Mister Walker, del maravilloso Mighty Sparrow.

La música, digo, nos conduce a un estado anímico muy parecido a la embriaguez. Por eso el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro, tras terminar sus jornadas de escritura, solía quedarse en el estudio oyendo boleros. Así se regalaba una fiesta después del esfuerzo. Alfredo Bryce Echenique decía que Ribeyro era el único ser humano capaz de llevar una vida bohemia en solitario y al interior de su propia casa. Eso era posible por su condición de melómano.

 

— La música nos extasía, compadre.

— ¡Salud otra vez!

 

A continuación el compadre me cuenta la historia de Laurentino, su padre.

El viejo se encontraba en una fase avanzada del mal de Alzheimer. Cuando le daban papel y bolígrafo era incapaz de escribir, cuando le servían la comida se quedaba impasible. Desconocía a sus hijos, lucía siempre desorientado, se extraviaba dentro de la casa.

Un día su mujer sintonizó en la radio un programa de música cubana. En cuanto sonó la primera canción, Laurentino pareció atento. Su mujer lo tomó por la mano y lo condujo hacia el centro de la sala para invitarlo a bailar. Entonces él le siguió la corriente. No bailó con la soltura de sus mejores años, pero estuvo acompasado de principio a fin.  ¿Por qué un hombre que ni siquiera sabía quién era, ni cuál era su nombre, recordaba cómo se baila?

— La respuesta más certera te la hubiera dado mi papá antes de perder la memoria.

— ¿Qué hubiera dicho?

— Que si un hombre se olvida de todo, menos de bailar, es porque bailar es lo esencial.

La música, agrega el compadre Libardo, nos permite conectar el conocimiento con la emoción. No oímos música, solamente, porque nos gusten las melodías: también la oímos porque nos ayuda a recordar. Y luego está la danza, señoras y señores, la danza. Por algo Nietzsche decía que solo creería en un dios que supiera bailar.
Se murió el viejo Laurentino, se murieron nuestras madres, se murió…

— Pero Mighty Sparrow sigue vivo.

— Y también Walter Ferguson, a sus tiernos noventa y seis años.

— Y nosotros. Pero no hablemos más de la muerte. Por ahora lo esencial es la música.

— ¡Salud, compadre!  

Escrito por: Alberto Salcedo Ramos
Tomado de El Tiempo.

Joe Quijano
Se retira del mundo musical 

El pionero de la pachanga, Joseph Quijano Esteras, conocido como Joe Quijano, anunció en su retiro de la música.

Creador de clásicos como La pachanga se baila así, Yo soy aquel, Es ilusión y Vuelvo a vivir, vuelvo a cantar, entre otros, aseguró que una esclerosis múltiple que lo aqueja desde 1992, lo ha complicado, y tras cumplir 80 años ha decido hacer ponerle punto final a su carrera.

El 27 septiembre cumplí 80 años y he tomado la decisión de retirarme de la música. Esto quizás no lo he hecho oficial, son ustedes en Barranquilla los primeros en saberlo y lo hago por dos razones, una por la edad, ya está bueno de tanta salsa, de tanto mambo, cha cha chá y pachanga. La música te mantiene vivo, es una de sus cualidades y aún me siento dinámico para otras actividades, pero no para seguir en tarima, porque tengo una esclerosis múltiple y eso debilita mucho mi cuerpo. En Medellín me pusieron una malla para contrarrestar sus efectos, pero me he complicado y por eso me retiro. Siento que es el momento de ponerle fin a mi carrera, para poder tener así calidad de vida en mi vejez, así lo decidimos en familia y esperamos lograr ser felices por mucho tiempo y disfrutar de mis frutos.

Les mando un abrazo bien gigante a todos los barranquilleros que hicieron de mí ese gran artista. Les digo abiertamente que Barranquilla es la ciudad donde me sentí como triunfador y de la que tendré siempre los mejores recuerdos, gracias a mi representante Werner Barros y a Andy Pérez por su apoyo.

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